Con lágrimas en mis ojos,
le doy libertad a mi pulso,
que hoy cambia el curso
de las palabras que probablemente tú,
mi lector, esperas.
le doy libertad a mi pulso,
que hoy cambia el curso
de las palabras que probablemente tú,
mi lector, esperas.
Hoy por la tarde leí una carta que data del año 49, escrita desde Atánquez, Cesar.
En Atánquez vivió mi abuela Nicolasa Gutiérrez, a quien no conocí. Murió cuando mi papá era mucho más joven de lo que soy yo ahora.
Desde Atánquez, abuelita Coli le escribió muchas cartas a mi abuelo, Rafael De Armas, estuviera donde estuviera este. No hay un sobre que diga hacia dónde iban dirigidas...
Y es que en esa época – el 49 – fue una época en la cual el medio de comunicación utilizado por muchos, era el telégrafo, y como en una de sus cartas le advertía mi abuelita Coli a mi abuelo papa Rafael, “… con dos días de anticipación pues los telegramas se tardan; con carácter de urgente, sólo así llegan a tiempo.”
-¿Cómo es que mi papá, 60 años después, puede tener estas cartas?- Me preguntaba mientras leía la primera carta… Más me invadía de curiosidad esa pregunta cuando leía la segunda… y entonces apareció adjunta una tercera. Esta, acabó con mis dudas, me llegó al alma, y me identifiqué profundamente con una persona que vivió 97 años, que vi una sola vez en mi vida –que recuerde- y que según mi papá, “tenía su propia forma de demostrar su amor, sus emociones”, y definitivamente esta, para mí, es una de esas.
“Villanueva, Diciembre 22/91
Humberto, Jeannette, nietas.
Queridos hijos y nietas.”
Cuando leí estas palabras el tiempo se detuvo a mí alrededor. Retrocedió muchos años y se quedó vagando sin tener un lugar en donde detenerse.
“Mis deseos más sinceros es que en estas navidades sean muy felices y muy próspero 1992, como son los deseos de este viejo que le pide a Dios los proteja y los colme de bienes…”
Son las primeras palabras que identifico que me dirige mi abuelo, y aunque fue alguien con el que físicamente no compartí mucho en mi vida, así mismo papa Rafael evoca en mí emociones profundas que no tengo manera de explicar.
Como regalo de navidad le envió a mi papá estas dos cartas de abuelita Coli.
“Hoy te hago este pequeño regalo que he conservado, con bastante cariño como muchas otras. Las que siento dolor en mi alma al leerlas de nuevo.”
Esa es la clase de amor a la que se refería mi papá, supongo. Un hombre de noventa y pico de años, en ese entonces, que guardaba las cartas de su mujer, que había fallecido de 53 años, mucho muchos años atrás.
Una mujer que hasta el final de sus días iniciaba sus cartas con un dulce “Querido Rafael:”, y las finalizaba firmando: “Tuya
Nicolasa”.
En días como hoy pienso que seguramente soy un alma vieja… un alma vieja que quiere volver a esas épocas en donde el amor se medía de otra manera; se sentía de otra manera; se vivía de otra manera…
Así que, en esta dimensión, yo seguiré escribiendo cartas.